viernes, 7 de octubre de 2016

las joyas que uno encuentra por allí...

El Anarquismo en Venezuela
[El siguiente es un extracto de la obra de Carlos Rama y Ángel Cappelletti El anarquismo en América Latina.]
En Venezuela nunca hubo organizaciones, sociedades obreras o periódicos anarquistas. Sin embargo, en fecha tan insólitamente temprana como 1810, en el seno de la Junta Patriótica, Coto Paúl exclamaba, ante los oradores que «combatían la forma federalista, señalándola como agente de disensiones anárquicas»: «¡La anarquía! Esa es la libertad cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desanuda la cabellera ondosa. ¡La anarquía! Cuando los dioses de los débiles, la desconfianza y el pavor la maldicen, yo caigo de rodillas en su presencia. ¡Señores! iQue la anarquía, con la antorcha de las furias en la mano, nos guíe al Congreso, para que su humo embriague a los facciosos del orden y la sigan por calles y plazas gritando libertad» [1]. Estas palabras no deben interpretarse, según varias veces se ha hecho, como mera efusión de un sentimiento juvenil irreflexivo ni como puro recurso retórico. Traducen una concepción precisa de las libertades individuales frente al Estado, expresada por algunos hombres de la extrema izquierda de la Revolución francesa, como Sylvain Marechal, por ejemplo, en quienes tal vez se haya inspirado Coto Paúl. No podría decirse, sin duda, que quien dio este grito de ¡viva la anarquía! fuera un anarquista, ya que lo dio algunas décadas antes de Proudhon, pero cabe ubicarlo, en sintonía con las ideas de Godwin, sobre los umbrales del anarquismo.
Las ideas de Proudhon fueron conocidas en Venezuela desde los días de Fermín Toro, En las obras de Baralt (sobre todo en las de su período español) el anarquista francés aparece repetidamente citado. Más aún, Baralt lo conoció personalmente y dialogó con él. Por otra parte, las concepciones de los socialistas utópicos, acogidas con simpatía por Fermín Toro y por otros escritores de la época, prepararon una mentalidad en la que el federalismo político se vinculaba con vagas aspiraciones socialistas. En 1847 Guillermo Iribarren proponía una especie de socialismo reformista, inspirado tal vez en Luis Blanc, y mandaba traducir la obra de Wolowski, Organización del trabajo. En Simón Rodríguez, y particularmente en sus escritos pedagógicos, estaban presentes, sin duda, las ideas de Fourier y otros socialistas utópicos. De él dice acertadamente Manuel Díaz Rodríguez que no fue comprendido por sus contemporáneos «porque se adelantó en la América de su tiempo al europeo socialista de hoy».[2] El francés Pierre Cerreau, llegado a Venezuela al fracasar la revolución de 1848 en Francia, publicó en La Victoria, el Credo Igualitario, periódico inspirado en el comunismo de Babeuf.
La amistad de Ezequiel Zamora con José María García, que divulgaba dentro y fuera de las aulas universitarias los principios de «la filosofía de la igualdad», explica la admiración juvenil del futuro «jefe del pueblo soberano» por Babeuf, «cuyas actuaciones aspira a emular»[3]. Más tarde, en 1849, conversaba con José Brandford y Luciano Requena sobre la revolución francesa de 1848, sobre la «república social» y sobre Augusto Blanqui[4], el socialista revolucionario que, pese a su centralismo, tanto se parecía a Bakunin[5]. «A partir de 1851, amplía el cuadro de su cultura política y se aproxima a las concepciones socialistas utópicas debido a las relaciones que establece con los insurrectos de junio de 1848, refugiados en Venezuela»[6]. A través de Brandford y del licenciado Francisco J. Iriarte, le llegaron asimismo las ideas de Proudhon, cuya teoría de la propiedad discutía: «Zamora considera que en los Llanos la tierra no es de nadie; es de todos en uso y costumbres, y además, antes de la llegada de los españoles, los abuelos de los godos de hoy, la tierra era común, como lo es el agua, el aire y el sol. Cierto, alguien robó una cosa que no era suya, sino de todos, responde José Brandford, y de esta manera tendría razón Proudhon cuando considera que la propiedad es un robo»[7].
Antes de la Guerra Federal, en 1852, apareció en Caracas un volumen titulado Análisis del socialismo y exposición clara, metódica e imparcial de los principales socialistas antiguos y modernos y con especialidad los de Saint-Simon, Fourier, Owen, F. Leroux y Proudhon. La obra pretendía ser una síntesis didáctica y objetiva de las doctrinas socialistas modernas destinada a informar a los pueblos hispanoamericanos acerca de las ideas filosófico-sociales discutidas, durante las últimas décadas, en Europa y particularmente en Francia. Sin embargo, olvidando su propósito de pedagógica objetividad, concluía, como dice Carrera Damas, con «un encendido alegato, casi un manifiesto en pro de la causa socialista»[8]. Es importante subrayar el hecho de que con esta publicación el lector venezolano tenía acceso por vez primera a una exposición, más o menos sistemática, de la filosofía social de Proudhon, a quien se suele considerar como el primer anarquista. La exposición-alegato parece haber suscitado temores y reacciones adversas en las clases propietarias. Se produjeron algunas replicas periodísticas. Y tres años más tarde, un defensor de la civilización occidental y cristiana, llamado Ramón Ramírez, atacó al socialismo, encarnado en la teoría proudhoniana, como destructor de la propiedad privada (sacrosanto fundamento de nuestra sociedad y de nuestra cultura), en una obra titulada El cristianismo y la libertad-Ensayo sobre la civilización americana[9].
Después de la Guerra Federal las ideas de Bakunin y Kropotkin llegaron a Caracas en los libros franceses y españoles que leían los intelectuales y, muy excepcionalmente, los trabajadores. Miguel Eduardo Pardo, poeta y novelista caraqueño, que, según un crítico actual, perteneció «al club de los odiantes, es decir, el de aquellos inconformes con la sociedad que les tocó en suerte vivir o huir»[10], en su novela Todo un pueblo, que se desarrolla en Caracas (Villabrava), a fines del siglo XIX, incluye una discusión entre jóvenes intelectuales donde uno de ellos afirma «que Jesús no fue sólo un demagogo, sino el primer apóstol del anarquismo», que Ravachol, Vaillant y Pallás eran santos que Ilevaban a Cristo dentro del pecho, que el primero de ellos «no fue un asesino vulgar que profanaba los cadáveres como dicen», sino «un ser extraordinario, acaso más grande que Jesús»[11]. Alusiones literarias de este tipo no son muy raras en la literatura venezolana de la época y demuestran por lo menos un cierto interés por las doctrinas anarquistas entre la gente culta. En un recodo de su zigzagueante trayectoria ideológica Rufino Blanco Fombona se topó con el anarquismo español, aunque resulta difícil creer que haya llegado a identificarse plenamente con él. Carlos Brandt, por su parte, colaboraba en Estudios, en Tiempos nuevos y en otros órganos de la prensa libertaria española[12].
Nunca hubo en Venezuela un movimiento anarquista organizado, según ya dijimos, ni sociedades obreras abiertamente orientadas por el anarcosindicalismo. El hecho se explica, en parte, por la larga dictadura de los andinos que el país padeció entre 1899 y 1935: «La dictadura de Juan Vicente Gómez difícilmente podía ser terreno fértil para cualquier clase de uniones obreras —dice S. Fanny Simon — y sin duda no para las que controlaban los anarquistas». A esto debe añadirse la escasa inmigración europea, a diferencia de lo que pasaba entonces en el Cono Sur. «Sin embargo, si se tiene en cuenta la actividad de los anarquistas en otros países donde mandaban dictadores — añade la misma autora— no es contrario a la razón suponer que los anarcosindicalistas jugaron un papel en la organización de las uniones que formaron la Unión Obrera Venezolana en 1923»[13].
En 1864 Valentín Espinal había fundado la primera sociedad de artesanos en Caracas[14]. Además del peón agrícola, que, a pesar de percibir un salario, trabajaba todavía en condiciones semi-feudales, en la segunda mitad del siglo XIX apareció un proletariado rural de arrieros y transportistas, un proletariado minero en las empresas auríferas de Guayana, un proletariado portuario y, a partir de 1885, un sector más o menos numeroso de obreros ferroviarios[15].
Algunos prófugos de la Comuna de Paris, entre los cuales había probablemente algunos anarquistas proudhonianos Ilegaron a Caracas y fundaron, clandestinamente, la Sección Venezolana de la Internacional, la cual funcionaba aún en 1893, puesto que ese año mandó una comunicación al congreso de Zurich, suscripta por los obreros Bruni Rösner, H. Wilhof y A. Picehn[16]. A diferencia de lo que sucedió en el Río de la Plata esta Sección de la Internacional no logró trascender a los trabajadores del país, quedó limitada a un pequeño círculo de franceses y suizos y murió sin duda con ellos. Por otra parte, la comunicación al Congreso de 1893 suponía, en aquel momento, una filiación reformista y la adhesión a la Segunda Internacional Reformista parece haber sido también la mentalidad predominante en el «Primer Congreso Obrero» venezolano, reunido el 28 de octubre de 1896, en la biblioteca «Obreros del Porvenir» de Caracas, que afirmó la necesidad de crear un partido de los trabajadores. En 1895 había en la capital de Venezuela 96 empresas manufactureras[17]. Ciertamente los promotores de ese congreso, como el Dr. Alberto González Briceño, el poeta Leopoldo Torres Abandero, etc., no eran revolucionarios sino apenas librepensadores de alguna manera preocupados por la «cuestión social», pero eso no impide suponer que entre los concurrentes hubiera algunos trabajadores anarquistas de origen español. Durante la época de Gómez llegaron, sin duda, obreros españoles que habían militado en la CNT o en grupos anarquistas, y algunos de ellos trabajaron como albañiles en las numerosas construcciones que el dictador mandó levantar en Maracay.
Por otra parte, se fundaban la Asociación de Obreros y Artesanos (que editaba inclusive un periódico Ilamado Unión Obrera) y el Gremio de Tipógrafos; que constituyen las primeras manifestaciones de un sindicalismo moderno, aunque severamente limitado por las leyes y reglamentos de la dictadura[18].. En esta época se desarrollaron también algunas huelgas, como la de los telegrafistas, iniciada en marzo de 1914, en la Estación Central de Caracas, que se extendió luego a todo el Oriente, Valencia, Barquisimeto, Trujillo y Maracaibo y acabó con la cárcel de los principales dirigentes[19]. Ciertos gremios, como los telefónicos, tranviarios y ferroviarios, fundaron sociedades un quinquenio más tarde, pero al igual que otros (zapateros, panaderos, albañiles, etc.) se vieron obligados a disimular cuidadosamente sus propósitos reivindicativos y cualquier asomo de lucha de clases, presentándose con el disfraz de Sociedades de Socorros Mutuos, bajo la advocación de algún santo, según el uso colonial. Verdad es que, como dice Vitale, esta cobertura táctica facilitó el trabajo sindical durante la dictadura y hasta permitió en 1919 la organización de la primera central obrera venezolana, pero para comprender el desigual desarrollo de las luchas obreras y de las organizaciones de clase en América Latina, basta con pensar lo que era el movimiento sindicalista y anarquista de México, Argentina o Uruguay en este mismo año de 1919. De cualquier manera, durante esa época las huelgas se acrecentaron en Venezuela. Tipógrafos, tranviarios y zapateros promovieron movimientos por reivindicaciones salariales, a veces con éxito, aunque nunca sin lucha y sin violencia policial. El 3 de julio de 1918 estalló lo que Godio llama «la primera huelga industrial de Venezuela», que afectaba tanto a los talleres (mecánicos, herreros, fundidores) de Aroa, como al personal de tránsito (maquinistas, foguistas, etc.) del ferrocarril inglés The Bolivar Railway Company Limited. En esta huelga tienen los anarquistas un papel importante. «Efectivamente, junto con militantes venezolanos aparece un italiano Vincenzo Cusatti, anarquista, que se convierte en dirigente y que organiza, quizás por primera vez en Venezuela, un grupo de reacción obrera para represión de los rompehuelgas, en el cual, junto con venezolanos, participan también algunos obreros ingleses. Los huelguistas, aislados, fueron derrotados. Pero también este hecho dejó su marca en el movimiento sindical de Venezuela[20]. Pérez Salinas sostiene que, como consecuencia de la represión desatada en España en 1917, llegaron a Venezuela grupos de trabajadores anarquistas, que no dejaron de diseminar aquí su ideología. Quintero afirma que «aquellos 'equivocados' pero respetables» anarcosindicalistas penetraron con sus ideas y tácticas los gremios panaderos, ferroviarios, etc. En el sindicato petrolero clandestino (SAMOP), según el mismo, predominaban hacia 1931 tendencias anarquistas[21]. Esas tendencias fueron reforzadas, al parecer, por la presencia de trabajadores norteamericanos que militaban en la IWW. Fácil resulta conjeturar que, de no haber existido una dictadura férrea y particularmente cuidadosa de los intereses patronales (sobre todo de los extranjeros) como la de Gómez, el anarcosindicalismo habría originado una sólida organización obrera en la Venezuela de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial.
El desarrollo de la industria petrolera, durante la década del 20, acrecentó y modificó la composición de la clase obrera venezolana, dentro de una sociedad con no pocos resabios feudales. Llegaron del exterior técnicos y obreros especializados. Muchos campesinos de todas las regiones del país se convirtieron en obreros del petróleo. En 1923 su número era de 5.000 y en 1929 pasaban de 20.000[22]. En 1928 un movimiento estudiantil en pro de las libertades públicas y contra la dictadura fue pronto acompañado por los obreros, que en el curso de ese año multiplicaron también las huelgas (panaderos, portuarios, tranviarios, etc.).
Entre los promotores de la protesta universitaria figuraba Pío Tamayo, escritor venezolano, con largos años de lucha social en Guatemala, Panamá, Puerto Rico y Estados Unidos, cuya ideología marxista había nacido de una inicial inclinación por el anarquismo. Nacido en El Tocuyo en 1898, muy joven conoció el exilio. En Costa Rica dirigió la revista Avispa, célebre por sus ataques contra el dictador Gómez[22 bis]. A su regreso, participó en el movimiento estudiantil de 1928 y durante la coronación de Beatriz I, reina de los estudiantes, leyó su poema post-modernista Homenaje al Indio. Preso desde entonces en el castillo Libertador de Puerto Cabello, sólo salió de allí para morir el 5 de octubre de 1935.
Al morir Juan Vicente Gómez, también en 1935, surgieron diversos partidos políticos, los más de los cuales eran policlasistas, gustaban de ser tenidos por «izquierdistas» y encontraban sus líderes en intelectuales de la pequeña burguesía. Los obreros se lanzaron directamente a la lucha para liquidar los remanentes del gomecismo en Cabimas, y el pueblo tomó el poder, por un momento, en diversas regiones del país. Se crearon comités obreros y populares y, durante un breve lapso, hubo una situación que podría llamarse pre-revolucionaria, la cual se manifestó en la formación de «guardias cívicas» antigomecistas [23].
En 1936 se organizaron o reorganizaron varios gremios y surgieron la Asociación Nacional de Empleados (ANDE) y las Ligas Campesinas. Sin embargo, la débil conciencia de clase y la escasa presencia de militantes que representaran un sindicalismo revolucionario mediatizó, desde aquel momento, la acción obrera, subordinando sus órganos específicos a los partidos políticos recién creados (PRP, ORVE, etc.), hasta el punto de verse confundidos, muchas veces, con los mismos partidos. Esta subordinación originaria y esencial de los sindicatos a los partidos, confirmada durante la década del 40 y una vez más al caer la dictadura perezjimenista en 1958, constituye el «handicap» característico del movimiento obrero venezolano y explica por qué, ni siquiera después de 1935, hubo aquí nunca sociedades de resistencia de ideología anarcosindicalista o sindicalista revolucionaria. No se trata de que «los gremios de corte anarcosindicalista, que se preocupaban por el mantenimiento de la particularidad de los oficios» dieran lugar «a la centralización unificadora en sindicatos, federaciones y confederaciones, que facilita a los obreros la percepción total del proceso de producción», como dice Rodolfo Quintero[24]. Cualquiera que conozca la historia del movimiento obrero internacional sabe que en ese momento a los anarquistas no les preocupaba ya «el mantenimiento de la particularidad de los oficios» y habían aceptado ampliamente los sindicatos de industria. Basta conocer la historia de la CNT española o de la FORA Argentina, En todo caso, si alguien tenía «la percepción total del proceso de producción» y actuaban de acuerdo con tal percepción eran los anarcosindicalistas. La «partidización» de los sindicatos explica por qué aquellos militantes obreros proclives a la ideología anarquista que no podían conformarse con la idea de la dictadura del proletariado ni con la organización vertical del Partido Comunista hayan quedado insertos en los cuadros de un partido como Acción Democrática que (entonces con más razón que ahora) se veía como socialdemócrata. Algunos de los dirigentes obreros más importantes de ese partido, en la primera época, como Francisco Olivo, Pedro Bernardo Pérez Salinas y Salom Mesa[25], se inclinaban originariamente a una ideología anarcosindicalista, alimentada en buena parte en fuentes hispánicas. Su presencia en Acción Democrática promovió, tal vez, la benévola acogida que dicho partido brindó a muchos anarquistas españoles, llegados al país tras el triunfo del franquismo, y la creciente simpatía de algunos de ellos hacia el mismo partido.
En años más recientes arribaron a Venezuela, entre los muchos exiliados del Cono Sur, algunos militantes libertarios, que desarrollaron cierta actividad de propaganda y difusión de ideas, sobre todo en el medio universitario.
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1. José Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, Caracas, Librería Piñango 1967. J, p. 225; Juan Vicente González, Biografía de José Félix Ribas, Caracas, s/a., p. 46.
2. Manuel Díaz Rodríguez, Sangre patricia, Caracas, Monte Ávila, 1972, p. 71.
3. Federico Brito Figueroa, Tiempo de Ezequiel Zamora, Ediciones dela Biblioteca U.C.V., Caracas, 1981, pp. 32-56.
4. Federico Brito Figueroa, op. cit., p. 239.
5. Cfr. Alan B. Spitzer, The Revolutionary Theories of Louis Auguste Blanqui, 1957.
6. Federico Brito Figueroa, op. cit., p. 250.
7. Federico Brito Figueroa, op. cit, y p. 346.
8. G. Carrera Damas, Para la historia de los orígenes del socialismo en Venezuela, «Critica histórica», Caracas, 1960, p. 125.
9. G, Carrera Damas, Temas de historia social y de las ideas, Caracas, 1969, p. 159.
10. José Antonio Castro, «Miguel Eduardo Pardo y el club de los odiantes». Prólogo a Todo un pueblo, Caracas, Monte Ávila, 1981, p. 1.
11. Miguel Eduardo Pardo, Todo un pueblo, Caracas, Monte Ávila, 1981, p. 44.
12. Víctor García, «El anarquismo en Venezuela» en Tierra y Libertad, 459, México, p, 14.
13. D. Viñas, op. cit., p. 111.
14. Pedro Bernardo Salinas, Retrospección laboral, Caracas, 1971, p. 34.
15. Luis Vitale, Sobre el movimiento obrero venezolana, Caracas, 1978 (mimeografiado) pp. 8-9; Domingo Alberto Rangel, El proceso del capitalismo contemporáneo en Venezuela, Caracas, 1968, 58.
16. Federico Brito Figueroa, Las repercusiones de la Revolución Socialista de octubre de 1917 en Venezuela, Caracas, p. 17.
17. CeIestino Mata, Historia sindical de Venezuela, Caracas, Urbina y Fuentes, 1985, p. 22.
18. Hemmy Croes, El movimiento obrero venezolano, Caracas, Ediciones Movimiento Obrero, 1973, p. 9.
19. Julio Godio, El movimiento obrero venezolano 1850-1944, Caracas, lldis, 1985, pp. 54-57.
20. Julio Godio, Ibíd., p. 62.
21. Vitale, op. cit. pp. 18-19.
22. Rodolfo Quintero, «Historia del movimiento obrero en Venezuela», en P. González Casanova, Historia del movimiento obrero en América Latina, 3, p. 158. 22 bis. Eduardo Gómez Tamayo, «Pío Tamayo, poeta y escritor de envergadura revolucionaria», La Quincena Literaria, El Tocuyo, 15 de enero de 1947, pp. 1-2.
23. Domingo Alberto Rangel, Los andinos en el poder, Caracas, Vadell, 1980, p. 308. 24. Rodolfo Quintero, op. cit., p. 159.
24. Rodolfo Quintero, op. cit., p. 159.
25. Salom Mesa, La vida me lo dijo. Elogio de la anarquía, Caracas, Vadell, 1987, pp. 43-44.

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